Parece que otra vez la medicina no me va a dejar dormir.
Escribo porque así es más fácil sacar mi dolor de abdomen causado por una mordida de perro.
Mi mano ha sido saneada con dos orificios por los colmillos de un perro que más bien parecía trapeador. Sí, me refiero a esos que parecen french y maltés sin baño de siglos.
No sé que duele más, si las 5 inyecciones (dos de ellas de doble dosis) que me pusieron alrededor del ombligo, o bien, la mordida de la bestia peluda.
No le iba a hacer daño. Después de regresar de una noche de baile y karaoke en el centro de la ciudad, decidimos caminar por la Alameda. Sorpresa fue cuando un perro salió de los arbustos no parecía inmutarse de nada. No corrió, no ladró, no gruñó, es más, hasta tenía cierto aire de delicadeza en su mirada. Este personaje caminó detrás de nosotros por un buen rato, almenos hasta casi llegar a la esquina de avenida Juárez.
De repente, saqué mi cámara, acabábamos de pasar el Hemiciclo a Juárez y me disponía a fotografías a una pareja peculiar: ella con un vestido blanco largo, y él con una gabardina gris estilo Nueva York de los 50.
Mi torpeza me llevó a tirar la tapa de mi lente, del mismo lente de mi cámara EOS 30D. En ningún momento recuerdo haber visto al perro cerca de mí, es más, nunca crucé mirada con dicho animalito, sin embargo, cuando me agacho para recoger la tapa, salta sobre mi cual si fuera buitre y me toma la mano. Duele. Grito. Con la otra mano era imposible pegarle. Mis acompañantes reaccionan tarde, y entonces, uso el pie. Por qué no? digo, el pie no sólo sirve para caminar, aunque imagino que Green Peace no concuerda conmigo. Así que recuerdo lo mejor de mis clases de karate de los 12 años y ahi me tienes, tiro una patada, que en vez de aventar al perro, lo incita a clavar más sus colmillos.
Veo como le tiran una botella de agua semi llena y entonces le perro deja de morderme, gruñe (sí ahora el desgraciado no es mudo) y llegan otros chicos a auxiliarme. Tengo sangre en los dedos. Corren al Trevi por hielo. Llaman a los policías cuales guardias no hacen.
Ahora me encuentro dentro de un modulo de emergencias medicas. El doctor, alto el, me explica que la mordida no es tan grave: pudo haberte roto la falange.
Pero no doc, no lo hizo, prosigamos. Entonces, encara mi pensamiento y me dice: primero voy a curar la herida (pues para eso estamos aquí no?), después viene lo más doloroso: las inyecciones (un momento... las inyecciones???? que no sólo es una?)
Después de 4 gritos, de enterrarle las uñas al joven y de que Bla me tome la cabeza para no moverme, ahi está mi ombligo, recibiendo las inyecciones contra la rabia.
Duele. Es más, duele peor que un tatuaje. Te inyectan en el nervio, en el abdomen, y si te tensas, ya valiste...
Mi mano parece salida de película de ciencia ficción. No dormí anoche porque los efectos secundarios de la vacuna son: mareos, temperatura, vómitos y dolor... obviamente.
A eso hay que agregar que el dolor intenso, no poder sentarte, acostarte, agacharte y aparte, reírte incluyen la maldición de una mordida.
Hoy creo que el sueño me vence, pero no quiero acostarme, de sólo pensar que va a doler el meterme a la cama, prefiero ver el amanecer de nuevo. Prefiero oir el Blood Sugar de los RHChP a tener que pensar que hubiera sido más fácil haber entrado al metro desde Allende y no haber ido hasta Hidalgo.
Pero los perros son criaturas del Señor no?
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Almenos Anakin lo es...
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